sábado, 18 de enero de 2014

Las combustiones espontáneas

Cuando cae el fuego del cielo

Siempre se han contado historias sobre hombres y mujeres alcanzados brutalmente por un "fuego” invisible que los reduce a cenizas mientras todo lo que los rodea queda intacto.
Los casos de combustiones espontáneas de seres humanos son numerosos en todos los países. La mayoría de ellos ha causado la muerte de sus víctimas, por lo que la policía los ha investigado. Por esta razón, existen numerosos documentos fotográficos sobre los sucesos más recientes, así como excelentes informes de los expertos, aunque ninguno proporciona una explicación de los hechos, de todos estos ataques del "fuego del cielo" como lo llamaban los antiguos, el más espectacular es, sin duda, el que padeció una norteamericana de 67 años, la señora Maria Reeser.

Una linda tarde para morir

En ese atardecer del 1 de julio de 1951, el tiempo está muy bueno en Florida y en el puerto de San Petersburgo donde vive la señora Reeser, aun cuando se siente que se aproxima una tormenta subtropical. Hacia las nueve de la noche la señora Carpenter, propietaria de la casa en la que vive la señora Reeser, pasa a saludarla y encuentra a la anciana señora en bata, sentada en un sillón y fumando un cigarrillo. Ella es la última persona que la vio con vida.
A las ocho de la mañana siguiente, la señora Carpenter, quien había sentido olor a quemado cerca de las cinco, descubre que la manilla de la puerta del departamento de la señora Reeser está tan caliente que quema.
Pide ayuda a dos obreros y, cuando logran abrirla con un trapo, un viento caliente escapa del interior. En el departamento vacío, en medio de un círculo ennegrecido de cerca de un metro veinte de diámetro, quedan algunos resortes del sillón, las cenizas de un velador y las partes metálicas de una lámpara y lo que resta de la arrendataria: un hígado carbonizado unido a un ligamento de columna vertebral, un cráneo encogido al tamaño de una pelota de béisbol, un pie calzado con una pantufla de raso negro, quemado hasta el tobillo, y un montoncito de cenizas ennegrecidas. Nunca una combustión espontánea había sido tan completa ni tan impresionante.
Combustiones literarias
El terna de la combustión espontánea ha sido abordado pocas veces en la literatura. A pesar de todo, existen por lo menos nueve obras que entre los siglos XVIII y XIX, trataron al menos brevemente este fenómeno. Cuatro son los autores norteamericanos: Wieland , la famosa novela gótica de Carlos Bockden Brown, escrita en 1798, la Historia de Knickerbocker de Nueva York , de Washington Irving (1809), Redburn de Herman Melville (1849), y Por el río , de Mark Twain (1883). Tres fueron obras de escritores ingleses: Jacob Faithful, de Federico Marryat (1833), La casa Bleak , de Charles Dickens (1853) y Confesiones de un comedor de opio (1821 y retomada en 1856), de Tomás De Quincey. Finalmente, dos fueron escritas por franceses: El primo Pons , de Honorato de Balzac (1847 y El Doctor Pascal , de Emilio Zolá (1893).
Estos autores no hablan explícitamente de combustiones espontáneas, sino que ligan a menudo este fenómeno con una absorción inmoderada de alcohol y moralizan sobre ello. Las dos mejores descripciones, una de Dickens y otra de Marryat, profundamente inspiradas en un articulo aparecido en el Times en 1832 emplean el término apropiado. Todas dan testimonio del interés que han provocado desde hace mucho tiempo en la opinión pública estos extraños "braseros humanos".

Autopsia de un siniestro

El calor, extrañamente selectivo, deformó la instalación eléctrica, fundió las velas sin afectar las mechas, un vaso plástico pero no las escobillas de dientes que estaban muy cerca en el baño y trizó los espejos colgados en los muros. La superficie de los espejos estaba cubierta de un hollín grasoso por debajo de una línea situada a un metro veinte del suelo. Por encima de este límite, el departamento estaba intacto, con excepción de la víctima, su sillón, el velador y la lámpara. Así, el muro detrás del sillón y un montón de diarios viejos que estaban a 20 centímetros del círculo ennegrecido no fueron tocados. Parecería como si la explosión de calor se produjo en un espacio restringido de un metro veinte de diámetro y el pie que quedó indemne en su pantufla estaba fuera de este círculo fatal.
La destrucción casi total del cuerpo de la señora Reeser, es típico de los casos de combustión espontánea, lo mismo que la ausencia de gritos por parte de la víctima o de olor a carne quemada. Lo que es menos común es la inexplicable reducción de su cráneo.


¡Oh cielos! Aquí están las botas de papá. ¿Donde está papá? (Grabado ingles del siglo XIX)
Una investigación que se estanca

La investigación que siguió a los hechos reunió a expertos del FBI, a médicos, a especialistas en incendios criminales e incluso a meteorólogos. Los fabricantes del sillón fueron citados para que trataran de probar que éste no pudo incendiarse por si mismo o explotar. Todo para llegar a ninguna conclusión y terminar con un informe policíaco poco probatorio de que la señora Reeser se quedó dormida con un cigarrillo en la mano, prendiendo fuego a su vestimenta. El fuego se habría propagado enseguida al sillón, el que produjo el calor que destruyó el cuerpo, el velador y la lámpara.
Estas conclusiones fueron contradichas por los hechos. En efecto, para poder reducir los huesos a cenizas, se habría necesitado una temperatura de, por lo menos, 1.650 grados, la que el simple incendio de un sillón o de la ropa sería incapaz de producir. Por otra parte, una temperatura como ésa habría provocado el incendio de la casa entera. A titulo comparativo, el calor producido por un automóvil no sobrepasa los 700 grados de temperatura... Finalmente, la cantidad de hollín producido muestra que el fuego que consumió a la señora Reeser lo hizo lentamente.

Un caso de combustión espontánea ocurrido en 1966; los restos del doctor John Irving Bentley fueron encontrados junto a su carrito de inválido en el baños de su casa, en Pennsylvania, Estados Unidos
Las expresiones categóricas del informe chocan con las declaraciones del detective Cass Burgess, un año más tarde: “El asunto sigue abierto. Seguimos tan incapaces de determinar cuál fue la causa lógica de esta muerte como cuando entramos al departamento de la señora Reeser".
La señora Mary Reeser, fallecida el 1 de julio de 1951, víctima quizás de una combustión espontánea.
Esta misma reflexión se han hecho todos los policías que han investigado casos de combustiones espontáneas.

Características e hipótesis

Las combustiones espontáneas presentan algunas constantes: la víctima parece no tener conciencia de lo que le sucede, el calor producido es muy intenso, el fuego no se extiende, hasta el punto que algunas victimas han quedado carbonizadas mientras que su vestimenta ha quedado casi intacta. Además, ningún lugar parece ofrecer protección, ni siquiera los espacios abiertos, los barcos, los vehículos e incluso los ataúdes...
Numerosas hipótesis se han elaborado sin que ninguna de ellas sea realmente satisfactoria. En el siglo XIX, una teoría plantea que sólo los borrachos transidos de alcohol la han sufrido, y otra cuestiona los fuegos de la chimenea... Más tarde se habla de misteriosas bolas de fuego, de los efectos del aumento de la curva geomagnética de la Tierra, de suicidio psíquico e incluso de ataques de espíritus.

En cuanto a los médicos que niegan la realidad de este fenómeno que no logran comprender, olvidan que un cierto número de sus colegas figuran entre las victimas de una larga lista de combustiones espontáneas.

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